viernes, 6 de agosto de 2010

Su majestad


Hoy desperté temprano; su majestad me requería. Me alisté y arreglé. Debía estar presentable ante su presencia. Cada vez llamaba con más fuerza, casi a gritos. Yo me apresuraba lo que podía por complacer sus deseos. No hacia mucho que me había unido a su séquito. Había pasado poco tiempo desde que yo fuese una de aquellos mórbidos mojigatos que no desean un bien a su majestad, que luchan día con día para hacerla menos o incluso intentar destruirla. Eran sólo un montón de hipócritas, ya que, ante la presencia de sus superiores, se muestran más o menos respetuosos ante ella. Pero es una especie de batalla interna, es como un enjambre de avispas rezumbando en su mente que los incitan al mismo tiempo a asesinarla y a protegerla. Ella ha hecho mucho por nosotros: nos ha dado una voz. Me senté frente al escritorio. Su majestad hizo acto de presencia, apareciendo con rapidez en cuanto comencé a deslizar la pluma sobre el papel. Ahí estaba, reprimiéndome por la tardanza. Yo sólo pude sonreír. Tan sólo era una persona en su séquito, una iniciada; pero aprendería a amarla, sin duda alguna.
Y dejé que me guiara, que fluyera como si fuese el agua en mares de papel y tinta. Larga vida a su majestad, la palabra.

1 comentario:

  1. te amo, yo tambien soy su seguidora!!! madre mía, larga vida a 'su majestad'. Hipocrecía, tal vez, pero proyecciones de lo que uno es, verdad.

    ResponderEliminar