lunes, 15 de junio de 2015

Epopeya


El héroe es aquél
que ha vencido al mundo
solo, abandonado.
aún a sabiendas de que el camino
se termina en los pasos
que se agotan, se borran,
y ese camino perdido,
a veces tan claro como la vida,
tan imparable como los días,
se oscurece y se ilumina
en un solo instante
para abrirle paso a la eternidad.

La primera huella,
el paso que lo puso en camino,
es el último
aquel que lo transforma
en lo otro,
que lo hace ser sí mismo y nadie.

El héroe se pregunta:
¿Cómo puedo estar y no estar?
¿Cómo vivo entre estrellas y masas
sin aire, sin astros?
¿Cómo es que mi corazón late aún,
helado, sin gravedades; y
sin saber dónde estoy,
nunca he estado menos perdido?

Y, antes de cerrar los ojos se dice:
He venido sabiendo que era nada
y, siendo polvo, he llegado aquí
y, siendo polvo, respiro
con los ojos abiertos, soñando,
aún en la oscuridad total de la soledad;
y, aún muerto, como nunca antes lo hice.

La flama y la tarde




Pasa la tarde y las horas huelen a sexo
o, será que el sexo nos huele,
huele nuestras llamas de juventud incansable
que a penas se vislumbra en aquella esquina, 
tan remota e impensable
de la vida de vidas.

Sí. El sexo nos huele.
Se nos acerca, cazándonos
y poco a poco nos rodea
en una trampa tan mortal
como la muerte,
y nos empuja, uno hacia el otro,
y nos consume,
alimentándonos, abrasándonos,
en el fuego fatuo,
eterno,
de la vida que se abre paso.

Nos mezcla, como uno sólo 
para tomar nuestro fuego
y alimentar el propio,
siempre en peligro de extinción, 
siempre cambiante,
que crece codiciosamente a costa
de todos, de nadie,
y nos lleva, si bien no a su infinito
entre estrellas y constelaciones;
sí entre himnos tan viejos
que parecen salidos de las entrañas del mundo,
de los primeros seres que respiraron y pasaron la tarde, 
oliendo a sexo entre las horas de su juventud incansable.


Fénix


Sonidos en lo profundo
de una llama que arde
con mi cuerpo como leña,
fósforo, oxígeno, fricción.

La hoguera me consume.

Cada que tengo la certeza
de que no queda nada de mí,
de que sólo queda
fuego que va a romper
mi última barrera
y destruir mi cascarón
de carne, hueso y sangre;
algo en mí se rebela
y, con un dolor más fuerte
que el de saberme terminada,
nacen
sonidos en lo profundo
de gargantas rocosas,
del centro mismo de mi pasión,
y rugen en mis entrañas
pariéndome una vez más
sólo para arder de nuevo,
siendo fósforo, oxígeno, leña, fricción.