lunes, 14 de abril de 2014

El principio del fin

Él la vio. Estaba sentada al otro lado del salón. El cabello caía sobre sus hombros en un flujo cas imposible de cascadas castañas. Se veía preciosa como siempre, como nunca. Ella sonrió de repente para sí, disimuladamente; miraba distraídamente hacia adelante, con las pupilas posadas sobre las letras negras en el pizarrón blanco, con la mente en algún lugar de sueños inalcanzables y lejanos.

Ella miraba el horizonte, inalcanzable y lejano. Tan preciosa como siempre, como nunca. Una lágrima nació en su ojo derecho, como el Sol en el cielo y ella la dejó caer para sí, disimuladamente. Su mirada descansaba en el cielo, pero él sabía que su mente estaba más allá del horizonte. La vio por un instante, tan cercana, tan lejos. Su cabello corto volaba con el viento, como queriendo huir y desprenderse del mundo.

Él quiso acercarse. No sabía cómo ni con qué pretexto, pero quería hablarle. Hacía tiempo que la observaba desde el otro lado del salón mientras ella, furtivamente, le devolvía la mirada. Se sentía acariciada por esos ojos, acompañada. Poco a poco los ojos danzaron con más frecuencia entre ambos lados del salón. A veces, ella sonreía para él, y él comprendía la broma secreta y le sonreía de vuelta. Compartían un secreto frente a todos, un lazo que se iba haciendo más fuerte con cada mirada.

Ella se acercó. Su fuero interno le gritaba que tenía que hablarle, pero no sabía cómo. Hacía tiempo que desviaba la mirada cuando sus ojos se encontraban con los de él. Se sentía acosada por esos ojos, abandonada. Poco a poco ambos dejaron de verse, a pesar de encontrarse lado a lado en la habitación. A veces él soltaba un suspiro lleno de llanto y ella lo miraba bajar los ojos como queriendo fundirse con la tierra bajo sus pies. Eran presa del silencio entre la multitud, un abismo que crecía furtivamente con cada mirada desolada.

Él llegó junto a ella, hecho un manojo de nervios. Habían comenzado a hablar todos los días y esa era la primera vez que salían juntos. Llevaba consigo una rosa roja y deseos de abrazarla. Ella lo esperaba en una banca del parque, buscándolo con la sonrisa. Al verlo, sus ojos se iluminaron y se movió un poco hacia la derecha para dejarle lugar. Él simplemente se sentó, ofreciendo la rosa torpemente. Ella la tomó entre sus dedos, la olió y sonriendo lo abrazó con fuerza.

Ella lo abrazó con fuerza. Mientras él simplemente permanecía sentado, helado. Ella se hizo un poco hacia la derecha para dejarle lugar. Lo tenía entre sus brazos, apretándolo contra sí con toda la fuerza de la que era capaz. Sentía cómo se escurría entre sus dedos, como la lluvia que se deslizaba desde sus ojos. Supo de repente que, por más que lo intentara retener, no podría evitar que se desintegrara en sus brazos, insustancial. Lo había perdido. Cerró los ojos.

Él cerró los ojos. Estaban juntos entre el pasto húmedo. El sol cálido acaricia su piel, mientras que el viento despeinaba su cabello, el de ella, y lo convertía en hojas que caían al revés. No evitó sonreír y mirarla con intensidad. Si sólo ella supiera lo que sentía al verla, tan hermosa y dulce. Ella notó su mirada y le sonrió mientras arrancaba un diente de león que crecía cerca. Sopló y todas las pequeñas partes se dispersaron en el aire, flotando como barcos en el cielo azul.

El cielo azul, tan hermoso, se alzaba sobre ellos. Era inalcanzable, inalterable. Sólo anunciaba el principio del fin.

"Es el principio del fin." Él pensó. "Desde hoy, mi vida será mejor, junto a ella."

"Junto a él... No me siente, aunque estoy junto a él. ¿Cuándo dejamos de amarnos? ¿Qué debería hacer ahora?"

"¿Qué debería hacer ahora?" Él despejó todas sus dudas. Sólo había una cosa por hacer.

"Sólo hay una cosa más por hacer." Ella despejó todas las dudas que antes habían revoloteado en su cabeza. Abrió los ojos y suavemente tomó la cabeza de él entre sus manos.

Él tomó la cabeza de ella cabeza entre sus manos, temiendo que fuese a apartarse.

Ella temió que él fuese a apartarse, pero en lugar de eso, él la miró directo a los ojos, tratando de decir lo que las palabras no pueden formular.

Él intentó hablar, pero no podía formular palabras. Ella lo miraba directamente a los ojos, con una intensidad arrolladora. Se acercó más...

Se acercó más...

Sus labios se tocaron en ese instante. Era un beso cálido, como si fuese el primero y el último. Ambas vidas habían cambiado para siempre.

Él la miró, sonriente y ella le devolvió la sonrisa. Se abrazaron fuertemente mientras él susurraba en su oído: Te amo.

Ella lo miró, con una sonrisa triste y él le devolvió la sonrisa, cubierta de lágrimas discretas. Se abrazaron fuertemente mientras ella susurraba en su oído: Adiós.

jueves, 3 de abril de 2014

Caminando por Stockton

“La plenitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo, nos espera al final del laberinto de la soledad.”
Octavio Paz. El laberinto de la soledad





La existencia irrita, desmenuza,
se frota, como una lija en mis nervios,
toca mi sensibilidad al terror de la tarde.
A veces, quisiera, quiero, quería
Desprenderme de ese dolor fútil, inútil,
tomar mi par de ojos al alba y borrarlos del mundo,
sostener la vida no con mis hombros,
sino con la fuerza de mi espíritu.

¿Quién nos curará
de esta verdad fría, abrasadora?
¿Quién vendrá desde el límite mundano que nos divide,
que nos aterra,
que nos da esperanza tibia, como brazos
tentándonos una y otra vez, 
levándonos al vacío colorido y
brillante de la existencia,
nuestra libertad bajo palabra?

Sorpréndete, ven.
Desmenúzate en un golpe de lirio,
Apuñálame con un cuchillo verde,
en la calle,
mientras gritas la soledad por los ojos,
la muerte mundana
carne, espectro,
piensa tus pasos infinitos para salir de Stockton
para ir adelante, adelante,
siempre hacia delante.