miércoles, 15 de junio de 2011

tango

Porque, al fin y al cabo, eso es el amor: un tango ardiente, helado; una náusea, una ilusión, una mentira, lo es todo y no lo es nada; al menos, hasta el fin de la canción.

Oblivion




Comienza el piano, suave, dulce. Un bandoneón le hace segunda, seguido por el llanto del trágico violín, anunciando sus desgracias, contando historias de pasión, de desamor, de locura. El contrabajo en lo obscuro, dando gravedad, colaborando en tono e intensidad...
Un callejón iluminado por la luz decadente de un mísero farol. Las horas que pasan y pasan sin parar de llover, diluviando penas, sueños que se evaporan y caen de lágrima en lágrima, convirtiendo realidades en un mero sueño de verano. El ruido húmedo de los tacones sobre el pavimento mojado, una pareja. El velo frío de la noche cubre sus rostros, sus miradas dirigidas al infinito, la pasión, agridulce, cortante, sublime; la carencia, el deseo. Un par de palabras confusas, recuerdos dolorosos. Aliento con aliento, cuerpo contra cuerpo, hombre y mujer se toman, se desgarran, se enamoran y en sublimes actos agridulces se regalan uno al otro, resonando al mismo tono, bailando al mismo ritmo. Y, en algún momento de la rutina de besos y condenas, se dan cuenta con ansias de que están solos, solos en la misma calle, con el mismo farol intermitente y bañados por el hielo abrasador que sollozan las mismas nubes que un día les dieron cobijo.
Sus ojos se cruzan, diciendo en la oscuridad lo que las palabras no pueden expresar y ambos se desmoronan, se evaporan y se consumen, como el fuego y la pólvora, como el agua hirviente que lava mi piel, como los pétalos de una rosa agonizante, sangrante.
El tango ha terminado.