domingo, 15 de diciembre de 2013

De lo lejano y lo cercano


"What can I hold you with?
I offer you that kernel of myself that I have saved,
somehow --the central heart that deals not
in words, traffics not with dreams, and is
untouched by time, by joy, by adversities.
I offer you explanations of yourself, theories about
yourself, authentic and surprising news of
yourself.
I can give you my loneliness, my darkness, the
hunger of my heart; I am trying to bribe you
with uncertainty, with danger, with defeat."
-Jorge Luis Borges (1934)



Todo comienza así, cuando la distancia entre nosotros se reduce, cuando nos sentimos atraídos al otro por la simpatía y el saber al otro capaz de romper la barrera meramente literal que nos rodea. Las risas, el llanto, las conversaciones; todo eso acorta la distancia, nos hace más cercanos unos de otros y nos da una probada de lo que el otro es, de sus defectos, sus virtudes, sus fijaciones, sus sueños. Pero no es el hecho de que la persona sea gentil, arrogante, desee un futuro brillante o haya vivido tiempos difíciles lo que hace verdaderamente interesante y cálido el acercamiento. Es el hecho mismo de tener la oportunidad de descubrir dichos defectos, sueños y virtudes, lo que vale la pena, lo que nos hace creer que no estamos tan solos después de todo. Las cercanías, sin importar su naturaleza, nos hacen crecer y conocer el mundo de un modo u otro. 
El inicio es hermoso, sin duda alguna. Todo es nuevo. Todo es brillante. Sin embargo, también existen distancias que se transforman en lejanías profundas y oscuras. Lejanías que son frío y soledad.  
Un día simplemente llegan y comienzan a hacer agujeros en el alma. Llegan en silencio, cobijadas por la luz cálida de la cercanía, se acercan sigilosamente y comienzan a incendiarlo todo. Para cuando uno se da cuenta, poco o nada queda por hacerse para detener el terrible paso que marcan las lejanías. 
Mi vida es corta al igual que lo son mis penas. No podría decirse que soy una persona que ha sufrido hambre ni falta de dinero o de sueño, pero lo que sí se puede decir es que he conocido lejanías tan atroces que parece que todo es un abismo profundo y negro. He visto a las lejanías hacerse paso entre risas y recuerdos brillantes y corroerlo todo, ahogando mi fuego y arrojándome al olvido. 
Grandes lejanías he visto venir y llevárselo todo. Todas distintas y feroces. Algunas más lentas, otras más brutales, pero al final todas terminaron del mismo modo: dejando hoyos que si bien poco a poco parecen menos profundos y dejan de doler, siguen dejando cicatriz y recuerdos imperecederos que calan y dibujan sonrisas. 
Hay veces, veces, veces, en las que un aire distinto me estremece por dentro y entonces viene el miedo, el temor a las lejanías y la voz que susurra en mi oído: Ya vienen; se acercan. Es en ese momento en que quisiera creer en la inexistencia del frió, en que el tiempo avanza hacia atrás y que no es tarde, sino temprano. Sin embargo la voz vuelve desde los abismos de ácido y oscuridad eterna y susurra, con una voz inexpresiva y fría que es tarde, que siempre ha sido tarde. Y es entonces cuando sé que las lejanías llegaron y están trabajando como el pintor, ese del cuento, sólo que en lugar de ponerle color al gris eterno, le ponen gris al color eterno. Se siente en los gestos simples, en las palabras muertas mucho antes de concebidas, en las lágrimas vivas que bajan y se arrojan al vacío, en el frío que se aprisiona poco a poco de mi cuerpo hasta que ni el agua más caliente puede acabar con él. 
De repente las cosas simples, las sonrisas, las conversaciones, el tacto, se vuelven cruciales en la lucha contra las lejanías. Cada minuto desperdiciado es un minuto que se quema. Cada palabra no dicha es un mundo, cada beso, abrazo, son promesas que vuelan como las hojas en el viento de otoño. Y es la vida, las circunstancias, las que parecen tener un papel decisivo sobre el destino de la guerra. Aunque he de admitir que en todos estos años, en todas estás cercanías, ni una sola vez he saboreado el aire de la victoria.