lunes, 30 de agosto de 2010

Celos


Otro pensamiento de viejos tiempos...

¿Celos? ¿Acaso son celos lo que siento al verla contigo, al ver tus brazos rodeándola y esos oscuros ojos tuyos, viéndome, conscientes de que te observo; conscientes y, extrañamente, culpables? ¿Qué más querría yo que estar en su lugar, sintiendo tu respiración? Eres un idiota; lo juro: todos lo saben. Aún así, ¿cómo es posible que un lazo tan fuerte me una a ti, que, a pesar de saber quién realmente eres, te quiera como te quiero? Tengo ganas de correr, plantarme frente a ti y preguntarte qué es lo que quieres, preguntarte por qué juegas conmigo.
Bajo el falso pretexto del pudor y de saber que no sientes lo mismo hacia mi, permanezco aquí, observando, siempre buscando tus ojos.

martes, 24 de agosto de 2010

Sense

Encontré esto en una conversación antigua. No lo escribí yo, pero me gustó mucho. Aquí lo tienen:

"...we give sense to life by living in it

we can determminate truth

even when we don't want to

our truth is how we live the world

our truth is what we decide on our lives

our truth is all that our five senses can perceive, our brain can process..."

What used to be...

He decidido publicar mis viejos trabajos que no había mostrado a casi nadie. Éste es uno:

Cuando todo es tan real que su ausencia es inminente, hasta la ráfaga más insensible, hasta el ardor más despiadado, pierden sentido y razón. Porque estás tan ausente que te siento cerca. Porque no poseo ni de tus labios un triste, enfermizo, consuelo, pues sólo el saber de tu olvido, triste recuerdo de un pasado incierto, conservo en esta cabeza perdida entre ensoñaciones y pensamientos efímeros, entre espacios y tiempos lejanos, perdida entre lo que es, lo que fue, lo que podría ser.

¿Por qué tu recuerdo había de desafiar a muerte a mi paciencia, necia empedernida? ¿Por qué, sólo contesta, por qué habría de pensarte noche y día? Tu silencio es mi muerte y tus palabras mis días largos con clima de indiferencia, solitarios tras la fallida batalla contra tu ausencia.

Son estos los días en los que lo siento, sí y ¡ay! como me lastima, como recuerdo, como olvido, el dolor cotidiano de tus palabras en el vértice agudo de mis días.

¿Cuánto tiempo he de sentirte, cuánto tiempo me has de doler como me dueles? Maestro de versos que caminan solos, dueño del cristal que gotea en mis ojos, explícame cual es el lazo que te ata a esta loca, pues yo no entiendo, no, no comprendo.

Tu mirar me quema cuando notas que te escucho. Y como me desconcentra, como me pierdo en aquél fuego color ámbar que chisporrotea en tus ojos con la luz de la mañana. Porque obsesión es tu nombre y olvido tu apellido. Tu recuerdo no es algo más que las horas que lamento, sola como estoy, en desgracia y en la obscuridad, diviso tan sólo el farol que de tus labios un beso robado me otorga.

Porque sólo en sueños te vuelves tan real que juro que existes, que existes y me quieres. Puedo abrazarte, tocarte y oír tu voz. Sin embargo, cuando la realidad llega, azotándome con el bip del despertador, regreso, triste, melancólica, sin ti.

domingo, 15 de agosto de 2010

El Árbol Errante


Era el árbol errante, solo en la colina. La sombra del día se acercaba, pero no había destellos al alba. Silencio. Oscuridad. Risas. La luna llena muere. ¡Abre los ojos! Lluvia negra cae. Ríos de tinta se desatan. Una voz. Un grito...
- ¡Respira! -Un corazón latente volvió de las sombras.

martes, 10 de agosto de 2010

the tree...

Ahí estaba él, justo como lo recordaba. Mi corazón se llenó de alegría, la cual fue tragada por el momento, por el ambiente tenso y la timidez de ambos. lo saludé como si fue alguien más que te encuentras un día, como si hubiese hervido en ganas de verlo durante todo el verano. Nos dejaron solos. Propuse que paseáramos un rato. Caminamos. Conversamos. Poco a poco, a medida que las palabras fluían, la confianza se hizo presente tal y como yo la recordaba. En esas horas, descubrí que no conocía muchas cosas, que éramos muy diferentes después de todo. En esas horas, él era mi maestro. Después de un tiempo, él se detuvo. Yo lo imité. Propuse que nos sentáramos n rato. Él me siguió. En medio del pasto verde, los árboles fulminaban el paisaje. Al final, fuimos hacia un árbol en particular: mi árbol favorito. Yo suelo disfrutar de la muda compañía de ese árbol y contemplar el mundo desde sus raíces.
Me senté a un costado, él a mi lado. Seguíamos conversando acerca de diversos temas. De pronto, ambos quedamos en silencio, observando a un curioso grupo de personas. No estoy segura de cómo nos sumimos en un cálido abrazo. Un abrazo que temía romper por temor a que todo acabase ahí, por temor a que, después de eso, no pudiera recordar el sabor de su tacto. "Te amo" le oí pronunciar. "Yo a ti también" le respondí. Nos miramos una fracción de segundo. Acortamos la distancia entre nuestros labios. ¡Qué dulce era el sabor de esos labios! ¡Cuánto había extrañado ese contacto!
EL mundo a nuestro alrededor seguía girando, seguía con su curso normal. Oía a las personas hablando, riendo, sentía el aire sobre mi piel y lo húmedo del pasto; pero era vagamente consciente de todo. No, no tenía importancia durante esos largos minutos. Lo veía todo como sumida en el ensueño, en donde miles de cosas imposibles e improbables podían ser comunes. Los deseos de cosas imposibles nublaron mi vista, ahí, entre sus brazos y sintiendo su calor.
Desee que todo permaneciera así. Era el momento en que las palabras son mudas; un mundo en que las frases resultan innecesarias e, incluso, obsoletas.
Nuestras siluetas recostadas sobre el pasto. Sus labios sobre los míos. Su aliento sobre mi cuello. Mis ojos posados en el cielo, obre la tierra cubierta de verde. ¿A caso existía un paisaje más hermoso que aquél? Pronto esa danza, esa secuencia continuó con su ritmo. Un pequeño fuego se encendió en mi interior. Quería tenerlo cada vez más cerca. intentaba convertirnos en uno solo.
El aire golpeó mi piel con rudeza. Abrí los ojos. El sol estaba agonizando en el horizonte. Sentí un escalofríos. Se oyó un rayo a lo lejos. Eran como las siete y media.
Entonces, debajo de aquel árbol que nos había cobijado, bajo el cual los deseos de cosas imposibles me habían fulminado; sentí la primera gota lluvia, la cual nos devolvió a la realidad.

viernes, 6 de agosto de 2010

Su majestad


Hoy desperté temprano; su majestad me requería. Me alisté y arreglé. Debía estar presentable ante su presencia. Cada vez llamaba con más fuerza, casi a gritos. Yo me apresuraba lo que podía por complacer sus deseos. No hacia mucho que me había unido a su séquito. Había pasado poco tiempo desde que yo fuese una de aquellos mórbidos mojigatos que no desean un bien a su majestad, que luchan día con día para hacerla menos o incluso intentar destruirla. Eran sólo un montón de hipócritas, ya que, ante la presencia de sus superiores, se muestran más o menos respetuosos ante ella. Pero es una especie de batalla interna, es como un enjambre de avispas rezumbando en su mente que los incitan al mismo tiempo a asesinarla y a protegerla. Ella ha hecho mucho por nosotros: nos ha dado una voz. Me senté frente al escritorio. Su majestad hizo acto de presencia, apareciendo con rapidez en cuanto comencé a deslizar la pluma sobre el papel. Ahí estaba, reprimiéndome por la tardanza. Yo sólo pude sonreír. Tan sólo era una persona en su séquito, una iniciada; pero aprendería a amarla, sin duda alguna.
Y dejé que me guiara, que fluyera como si fuese el agua en mares de papel y tinta. Larga vida a su majestad, la palabra.