miércoles, 31 de octubre de 2012

Aquí va un título


Un vals en lo profundo
Arte de la noche
Fantasías en la mente
De un loco que
Grita, llama
Con un fuego en las
Entrañas, fogatas
De tiempo indestructible


Palabras de polvo
Que se cuelan por los ojos
Bajan  a las manos
Y arden en los dedos
De un bien marchito, seco
Perdido en espacios
De destellos oscuros

Ensoñaciones de últimos
Difuntos,
Reino de dolores en que
Un buscador de sueños poetas
Con nuevas posibilidades
De escapismo
Se estremece, se tienta
Y con la fuerza del entendimiento
Observa un corazón
Palpitante, perpetrado
Que todo lo vive y
Todo lo teme

En el zumbido de un ojo, en las
Lágrimas cándidas
 que quiebran un contrato,
venas heladas de fuego

Entre verdades y condenas
Una prisión blanca se yergue
Escápate, se dice
Y el espejo de ojos ciegos
Nada le responde. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Escape


Al fin y al cabo, ¿qué es escapar? Cierro los ojos y nada queda. Todo está inmerso en recuerdos molidos, nubes de azufre, cielos de asfalto. Me pierdo entre cada paso como si los pies engomados se pegasen a cada fibra, cada rastro. Los zapatos me pesan. No me dejan sentir. Se deshacen con el ácido de mi aliento. Se consumen con el toque de un ojo. Ahora seguiré descalza, tangible.
Creo que estoy soñando. No. He soñado mucho tiempo, tanto que los sueños no son sueño. ¿Que un sueño exista significa que no es real? ¿Los recuerdos, las emociones, son reales, no? ¿Por qué los sueños no lo serían? No. Yo no estoy soñando. De hecho, creo que por primera vez abro los ojos, siento el aire, las nimiedades de la conciencia, el sol sobre mis pupilas y ¿qué es eso? Hay algo en mi pecho que pesa, se mueve. No lo puedo controlar. Un reloj. Sí, tal vez es un reloj. ¡Ouch! Se contrae. Se acelera. Abro mi pecho, dejo que mis pulmones se llenen de aire y observo, son estupefacción, que el hoyo, ese espacio que nos es natural entre cada clavícula, se sumergió en una sustancia cristalina, ingrávida como las nubes que  flotan. En el centro hay algo con engranaje y manecillas. Intento tocarlo, tentada por su palpitante brillo metálico. El líquido es tibio, refrescante. Por un instante, no me atrevo a sumergirme hasta el capullo.  La inseguridad me invade. Pero luego de comprobar que nada ocurre, me alberga un impulso irrefrenable. Compruebo mis temores al detenerse el delicado mecanismo. Se agrieta. Se extiende y el dolor me llena desde dentro, desde los rincones mas recónditos de una mente tan abierta como la lengua de las mariposas. Me envuelve. La grieta hace raíz en mis dedos y se extiende hasta cubrirme por completo. Como un cristal me fragmento, me rompo y la voz se extiende por el espacio vacío a mis pies.


La cuenta regresiva inicia, como siempre. Son exactamente 30 los segundos que tengo para relajar las muñecas y lograra que la cuerda ceda. Me quedan otros 30 para golpear la madera fría y húmeda de la caja, buscar un cerrojo y meter la ganzúa. 10 segundos más y el reflector pegará en mi rostro húmedo por el sudor luego de emerger de la superficie cristalina del agua. Aplausos. Ecos de asombro y el aire, desesperado, en mis pulmones. Lo logré. Terminó el acto. Cierro los ojos un instante, intentando recuperarme del esfuerzo.

Abro los ojos de nuevo. Miro mis muñecas adormecidas, las muñecas que no me pertenecen y oigo un chasquido agudo. Algo cayó al agua. ¿Dónde estoy? Hay pasto y la superficie  ondulante del líquido. Las ondas crecen y se multiplican tras más chasquidos. El agua se extiende y desde su superficie se vislumbra un cielo azul y distante. Pocas nubes salpican de blanco inmaculado, manchado de rojo, gris, de naranja. El sol está por ocultarse. Y en el agua hay una banca, un hombre que, como despertando del ensueño, abre los ojos y me mira, invitándome a sentarme junto a él. El brazo derecho sobre el respaldo de madera. Sus ojos negros me calan con observación aguda y sobria. Me llenan.

Pie derecho adelante. Necesito llegar a él, al hombre. Pie izquierdo. Hay algo que necesito decirle, urgentemente. Pie derecho. Algo está mal. Hay algo caliente en mi pecho. Ba-dump. Quema.

Un pie, otro, otro. Mis plantas descalzas tocan el agua, flotan sobre ella como hojas caídas. Corro. Él no se mueve. Ya casi. Ba-dump-dump-dump-dump. Llego frente a él. El calor llamea, me arde. Miro mi pecho y descubro un insecto. Una mariposa. Tiene alas de fuego. Quiere salir. Eso es lo que quema. El hombre se puso en pie, sacó una llave del bolsillo. Sí, hay una cerradura en mi pecho, de cristal. Introduce la llave. Dos vueltas. Tres. ¡Clic! Un chasquido. Se abre. Se releva el dolor, la urgencia, las llamas. La mariposa sale y revolotea a mi alrededor. Él, estático, extiende una mano clara. La mariposa acude al llamado y se posa en sus dedos.

-       Éste es tu corazón. Bienvenida al mundo real. De aquí, no hay modo de escapar.

domingo, 14 de octubre de 2012

... Robadas

En mi mente llueve. No como una llovizna pasajera sino más como un diluvio eterno, incansable, caprichoso. Me envuelve. Me abrasa. Tal vez, sean sólo las caricias de a veces, los gestos de siempre, los que me hacen sentido ahora. Pero he perdido el título de esta entrada, de la sangre oscura que viene por siempre a manchar el blanco inmaculado del papel. Perdí una o cinco palabras. Perdí el espíritu y descripción. ¿Qué queda? Queda todo absorto en lluvia, en diluvio.
Cada día me siento un poco más muda. Cada día digo... no digo nada. Busco oreja  y ojos nuevos. Busco la lengua de las nubes, mis amigas, a quienes hace mucho no consulto. Hace mucho que no escucho su mudo lenguaje. Cada vez lo entiendo menos. 
Ayer mi corazón se acercó un poco más a las nubes, su sustancial inconsistencia cambió de forma y vislumbré, por un instante, la hermosura del éter, tan sencilla, volátil. 
Ayer floté y sentí que nada ni nadie podía afectarme... bueno, nadie no. Sí hay alguien: Él. Él es el dueño de mí tanto como puede serlo. Me tiene en sus manos y me lee lo mismo que a un libro, sólo que aún no sabe descifrarme. No. No lo ha hecho y espero que sea porque no sabe cómo. 
A veces me pregunto qué pasaría si yo perdiera la voz, si nadie me escuchara y por mucho tiempo siguiera así; me pregunto si me desacostumbraría a hablar, a callar lo que pienso, lo que reflejan las nubes pasajeras. Como aquélla, a la izquierda del roble. Ella que se derrite, que se evapora. 

martes, 2 de octubre de 2012

La Huida


Preludio 
Tantas posibilidades, tantos sueños y dolores. Todo está afuera y yo estoy adentro. No puedo tocarlas. No hay modo de alcanzarlas a través del cristal hermético y frío de la ventana. 
Me arde el corazón. Él, a mil lado, el de la sonrisa oscura, buscador de profundos y dolores; me mira y sus ojos susurran envueltos en fuego. Me toma de la mano y sus dedos murmuran cielos de concreto. Todo él palpita, en lo profundo. Oigo las voces en mi cabeza, los gritos y destellos de razón. "Escápate" se dice y luego otra voz árida responde una y otra vez "No."...



 El tiempo pasa, a cucharadas cafeteras, tintinea en mis dedos un instante y ¡puf! se ha ido. Todo se va.  Todos. Y ahí estás tú, con tantas probabilidades, tantos sueños. Tus ojos, como ventanas abiertas me llaman, me traspasan y dentro dee tus pupilas llego a un mundo oscuro. Camino por gargantas profundas, salgo a calles de voces, de fantasías. Ahí, una voz suena en un grito de cartón. La voz es fuego llameante, decadente. Como si la fuerza de mil hombres emanara desde sus raíces, desde la esencia misma de todo, destruyera los lazos que la atan al fondo y triunfal se postrara ante mí
¡Escápate! -le digo- Ven conmigo. Estremécete de mí, conmigo. Te ofrezco mi corazón, mi mundo, mis segundos eternos.
En un destello la voz crece ojos nuevos de espacio y abismos. Me mira y caigo presa de su intensidad. Sus pupilas son sueños imposibles y en oscuro espacio interior de su centro reina un dolor dulce, sencillo como un poeta en las sombras que se aferra con garras y colmillos a su naturaleza de buscador de verdades y soñador en un mundo sin sueños.
La voz, que no era voz, se estremece, toma mi mano y se incendia; me abrasa. Corremos eternamente los dos, como uno solo, por mundos y realidades sin bien ni mal. 
El tiempo pasa a cucharadas soperas. Resuena en mis pasos infinitamente, fluye de mi cabeza al papel con trazos constantes y su voz, la voz de un corazón robado, habla desde mi interior y se convierte en arte.