sábado, 16 de febrero de 2013

La Creación

La creación no era más que un simple convencionalismo, incoherente, deforme y lleno de significado. Miré lo que mis ojos habían creado, aquello que saliera de mi mente, de mis más puros recuerdos de una tarde entre las estrellas y todo cobró sentido: la belleza no es más que la sombra de su esencia, la esencia de un canto voraz, de una náusea, de un incendio de gas y pólvora que se prende al contacto del agua helada. El hombre ya no estaba realmente sujeto a un destino común, a un fondo y una forma determinada. Todos somos iguales sin embargo somos todos distintos. Los miembros, la carne, era un simple disfraz y al mismo tiempo se determinaba a sí misma: parecemos iguales como un vaso se parece a otro de la misma naturaleza, sin embargo, si se extenúa la observación, veremos las huellas del tiempo, de los infiernos y de las probadas de cielo. Todos vivimos cosas distintas y sin embargo todos estamos conectados de un modo u otro. Ya sea al posar la vista en lo mismo, ya sea por las grietas en la sonrisa o la sal que escurre de unos ojos sinceros, ya sea por el aire en los pulmones o la sangre en las venas. La sensibilidad de creer en el dolor de los otros nos acerca y sin embargo nos separa; nadie quiere creer que está conectado. Nadie quiere alegrarse por la alegría de otros. Nadie ve las seis caras de un cubo. La tomé entre mis manos. Tan pobre, tan tierna. Su fragilidad me sorprendió y vislumbré a las emociones condensadas luchando en su interior. Un caos perfecto, un sueño sin despierto, un roce helado en la fiebre eterna de la vida finita. Temblaba en caricias de nitrógeno y argón, se estremecía al roce de la oreja, se acongojaba ante el brillo de unas pupilas profundas y negras como abismos. Se rompió en mil pedazos al contacto del espejo y agonizante luchó una y otra vez por reunirse, por contraerse en la expansión de sus partes decadentes: la vida y muerte de lo etéreo, lo consustancial. La miré hasta que mis ojos no pudieron ver y secos de ilusión cayeron en un blanco inmaculado y siniestro. Se había evaporado y entrando por los huecos en mis ojos, se adhirió a cada centímetro de pensamiento. Un blanco infinito. Agua salada y desolación eterna, incandescencia eterna.