martes, 27 de julio de 2010

Lo que te dije en silencio...


Este es un poema que escribí hace unos meses. Ahora parece mucho tiempo, parece muy lejano. Lo escribí y lo iban a publicar en la gaceta escolar, pero resultó que lo alteraron casi completamente y la persona a quien iba dirigido nunca llegó a verlo terminado y completo. Bueno, aquí lo tienen...

LO QUE TE DIJE EN SILENCIO

Apenas entre líneas susurro un "te quiero",
producto de mis ansias, de tu olvido mi consuelo.
Es tan sólo una brisa del tifón que llevo dentro.
Soy presa de mis miedos, dueña de un "te espero".

He dormido con tu imagen, soñado con la noche de tus ojos,
naufragado en un mar de recuerdos,
que anhela el silencio de tu plática,
maestro de versos que caminan solos,
dueño del cristal que gotea en mis ojos.

Noches en vela, suspiros, amargas estrofas yo te ofresco
mis ojos, deseos, mis sueños rotos;
tan sólo por tres palabras y mi mundo entero.

El pecado de tus labios,
en mil de mis noches cometido.
Con los brazos de la muerte, en mis ojos confundidos,
con palabras de tu boca
mi corazón se ha encogido,
el hielo de mi sangre,
con tu sonrisa derretido
con la mentira de mis labios,
que ni yo misma he creido,
todo ¿por qué? ¿Para qué?
por el recuerdo de la luz sobre tus ojos
por el dolor que en tu alma guardas cual tesoro
por tus soluciones, complejos e idealismos
por tus sueños de grandeza, únicos y divinos
por esta loca a la que le duele el pecho
de cuyo corazón posee sólo un dueño
porque te amo, te amo y mil veces lo sostengo.

Mi rosa perdida, color de paraíso
florece en tu jardín, debajo de aquel risco
en noches de Luna de plata y lluvia de oro
la rosa brilla con la certeza de mi decoro
en ojos dichosos, en corazón prisionero
de tus besos ausentes, escondidos tras nuestra inocencia,
tras los recuerdos de tu presente ausencia.

World's Wonder


Eran como las diez de la mañana. Mi familia y yo nos dirigíamos a el sitio arqueológico de Chichen Itzá. Fue un camino largo en coche, como los que tanto detesto. Sólo que esta vez pude disfrutar de las profundas palabras de Anne Rice mientras esperaba, acalorada y con mi hermana dormida en mi regazo. Tomé el libro y lo cerré; ya estaba terminado. Entonces, fue cuando pude ver el exuberante paisaje que nos rodeaba. Estaba segura de que era una vista de ensueño, digna de lo más profundo de mi inconsciente en noches de descanso. Me vi como en mitad del ensueño, con recuerdos que nunca poblaron mi mente antes. Pude ver a tres niños que reían y corrían entre los frondosos árboles que cubrían toda la zona. Niños descalzos que vestían ligeros ropajes blancos, provenientes de tiempo atrás, cuando la tierra era virgen y crecían las plantas a su antojo en el suelo de Quintana Roo...
Salí de mi ensimismamiento al llegar a nuestro destino, la gran Chichen Itzá. Dejamos el coche junto a un pequeño mercado de artesanías y nos formamos junto a la multitud de turistas que esperaban por ver esa maravilla mundial. Me llenó la emoción. Se acercaba una tormenta y el sol fue cubierto rápidamente por unas nubes color cemento. Sería una gran llovizna. Un hombre, lugareño, de piel tostada por el sol y cabello negro, se acercó a ofrecernos un tour, aceptamos al instante y nos sacó de la fila para entrar directamente. Una vez dentro, tuve la sensación de que aquella gente, esos individuos de pieles claras y rosadas por el sol, las mercancías, el edificio mismo de recepción y la entrada, sobraban, estaban demás en aquella tierra que había resultado santa para los antiguos habitantes del viejo México. Deseé que comenzara a llover, que cayera una verdadera tormenta. Tal vez así podríamos estar un poco más cerca del pasado, pues l lluvia siempre ha caído de igual modo por aquellos lugares, a pesar de haber pasado cientos de años, ¿no es así?
Nos adentramos por entre la multitud, llegando a el lugar donde la pirámide de Kukulcán, la atracción principal, la maravilla del mundo, se hallaba. Nosotros vimos la cara del oeste, la cual, además de la principal del norte, había sido restaurada. Su magnificencia era impresionante. Por un momento, quedé sin aliento. El guía empezó a darnos explicaciones acerca de la pirámide, datos generales y un poco de historia. Comenzó a llover. Mi mamá compró cuatro feos impermeables, lo único que podría cubrirnos de la lluvia. No quise aceptar el mío. ¿Qué era un poco de lluvia ante tal construcción, esa tierra en donde, muchos años atrás, los mayas habían caminado, pensado, crecido? Mojarme un poco no era nada, era el mínimo homenaje que podría presentarles a mis antepasados ante su mismísimo legado. El hombre que nos guiaba dijo que el color original era rojo, que todas esas construcciones eran de un tono rojo intenso. ¡Ah, pude verlo por un instante! El rojo inundaba cada piedra de la imponente pirámide a la luz del sol.
El juego de pelota fue el siguiente. El juego más popular y sagrado de la antigüedad maya, con sus altas paredes designadas para el par de aros y la audiencia fanática, con sus plataformas a ambos lados de la cancha, donde los gobernantes e invitados principales tomarían asiento y presenciarían los cuatro juegos por año, presenciarían la muerte del capitán ganador ,como homenaje a los dioses, al atardecer; degollado por la mano del capitán perdedor, mientras los otros doce jugadores (eran seis por equipo más ambos capitanes) observaban. Pude oír también el rugir de la multitud mientras ambos equipos luchaban por anotar la pelota en el aro a unos metros de distancia sólo usando las rodillas, caderas y los antebrazos. Pude ver al gobernante, sentado de un lado de la cancha, observando con rostro severo el partido carente de contacto físico entre ambos equipos. La magia del lugar era, simplemente, demasiado fuerte, al igual que sus trucos de acústica, con su mística obsesión por el número siete. Recorrimos el resto de la plaza "principal", el mercado, la plataforma de Venus, la plaza de los mil pilares, etc. Fuimos a la parte más antigua: el observatorio. En cuanto vi la edificación, en presentimiento, la sensación que había a empezado a crecer en mi interior, se hizo más y más fuerte. Yo había estado ahí, tiempo atrás, mucho tiempo atrás. Fue antes de que los caminos existieran, antes de que las personas en Europa descubrieran que ese pedazo de tierra en donde vivían no era el mundo, que habían maravillas al otro lado del mar. Me vi a mi misma caminando por aquellos parajes, yendo hacia el observatorio para aprender. Mis pies estaban descalzos, tenía el cabello largo y negro. Una vida pasada, tal vez. Las Monjas estaba ahí, con otro nombre y otra constitución: era una escuela. Yo no había nacido en una familia de la nobleza, sino en una familia de clase media. El mundo era más joven. La vida era más dura.
"Es tiempo de cerrar." Nos dijo un hombre canoso, que portaba el uniforme del personal del sitio. Una vez más, salí de mi mente y caminé al lado de mi familia hacia la salida. Gente de baja estatura, piel tostada y cabello negro, adornando un rostro de nariz prominente y ojos oscuros, vendía todo tipo de artesanías de madera y piedras en todo el trayecto a la salida. Era increíble como ese tipo de lugares, tan majestuosos, tan místicos, albergaran a la gente tan pobre. Miré una vez más la pirámide de Kukulcán. Sonreí. Tal vez... Tal vez en otra vida...

miércoles, 7 de julio de 2010

Auditorio

Estaba oscuro. Sólo un rayo de luz mortesina, proveniente de un agujero en el techo, iluminaba el lugar en donde yo me hayaba sentada. Había un montón de sillas a mi alrededor, vacías y formadas en espsntosas hileras interminables. Una docena de sillas adelante, se encontraba el escenario, pequeño, destartalado, pero aún magnífico. Un escenario repleto de viejos fantasmasy luces deslumbrantes, de lo que fue, de lo que se olvidó.
Me levanté de mi asiento, una silla azul con patas metálicas y asiento de pasta, idéntica a todas las sillas de la estancia, igualmente vieja y añorante. Froté mis manos en busca de calor, hacía frío. Di unos pasas hacia adelante en el chirriante pasillo . Llegué ante el escenario y me interné en él. Allí, parada en su centro mismo, teniendo como único testigo a aquella audiencia fantasmal, pude oír, una vez más, los susurros y sentir la expectación de la multitud, el calor de los seguidores sobre mi piel, su luz que deslumbraba mi vista y me convertía, una última vez, en el centro de atención. Por un momento, incluso, pude ver a las entusiastas figuras que comandaban un ejército de aplausos.
En algún lugar, la madera chirrió, sacándome de mi ensimismamiento. Entonces vi aquel teatro, en su actual condición, lúgubre, con aires de aterradora soledad y deterioro, como un lugar terriblemente frío. ¿A cuantos habrá visto partir? A cuantos les habrá parecido un hogar y refugio este desolado lugar, como sucedió conmigo un día? Ahora comprendo. Sigue ahí, esperando, en penumbras, a que alguien llegue a brindarle vida con las luces brillantes, con los reflectores, la música. Ahora sé donde quedó esa calidez que yo recordaba, brindada por los aplausos, las risas y el llanto. Ahí aguarda, el auditorio, lugar de fantasmas.

viernes, 2 de julio de 2010

Coffee Break



Ha sido un año difícil. Con cosas buenas y cosas malas. Ante todo, valió la pena. No me arrepiento de nada de lo que hice, pero sé que pude haber hecho las cosas mejor. Hoy es el último día de clases de mi ciclo escolar. Tal vez, ha sido el final más triste. Pero aún no me arrepiento de haberlo vivido. Perdí unos cuantos amigos, personas importantes sin las cuales, mi vida no será igual. Los extraño, pero estoy muy tranquila sabiendo que aprendí muchas cosas de esas personas, que hice todo lo que pude por conservar su amistad. No los culpo, como dice mi papá: Hay cosas que se rompen, y auque intentes con todo tu empeño pegarlas, simplemente no quedan igual, simplemente se notan las grietas.
Hubo cosas que se rompieron, que no podré pegar nunca. Pero aún ahora, aún después de todo el dolor que causan las heridas, puedo sonreir. Por esos debo dar las gracias a todos aquellos que considero y consideraré personas importantes en mi vida; a aquellos que ya no son más afines a mi ni a nuestra pasada amistad, a aquellos que permanecieron a mi lado por todo esto, por mis episodios de locura y existencialismo, a mi mal humor, a mis defectos. Dwespués de este break continua la vida escolar. Después de este mes, les prometo que seré mejor persona, que intentaré no hacer las cosas mal y que me esforzaré al máximo. Sólo queda una última cosa que decir:


Han dejado una huella en mí. Aprendí de ustedes. Nunca los olvidaré.

Gracias!

Broken




Las cosas no pasaron como las esperaba; se salió todo de control. Todo comenzó hace un mes o más. Antes todo había salido bien, las cosas estaban justo en el lugar debido. Ya había pasado antes que ella se fuera, que la raptaran sus otros amigos. Se sentía muy feo, pero yo lo aceptaba y pues esperaba a que volviera. Pero hubo una vez en que me dolió más que nunca: estábamos en un restaurante con sus amigos, ya qeu ella siempre sale con ellos, esta vez me invitó y acepté con agrado. Ya me había acostumbrado a que ella saliera con mucha más gente y que normalmente no podía contar con su presencia los viernes. Estaba feliz de que esta vez me invitara. Sus amigos me agradan. Algo dijo, algo que me caló hasta el más hondo rincón del alma. De algún modo, pude resistir hasta que la reunión terminó. Ahí fue donde todo se desbordó. Lloré, lo admito. Pero las sabias palabras de mi mamá me hicieron entrar en razón, una razón que yo conocía pero que, tal vez, no quería aceptar. "Ella tiene una percepción diferente a la tuya de lo que es un mejor amigo. Por eso duele, pero te aseguro que ella no lo hace a propósito. Tienes sólo dos opciones: Aprende a aceptarla tal y como es, o aléjate poco a poco de ella." Obviamente, decidí intentar la primera opción. No iba a dejar a mi mejor amiga por algo tan tonto. Por supuesto, yo no sabía que a raíz de esto, las cosas comenzarían a cambiar para mal. Después de que tomé la ya mencionada decisión, empecé a salir con más personas, chicas muy agradables y muy confiables de nuestra misma clase. Me la pasé increíble. Si ella tenía más amigas, ¿por qué yo no podría? Pero aún me preocupaba el desenlace de este pequeño contratiempo, así que le dije como me había sentido. Las peores cosas, las que pueden arruinar una amistad, un noviazgo, un matrimonio, son aquellas que nunca se dicen. No quería ocultarle ese tipo de cosas, pero nunca conté con que ella lo tomara a mal. Ella pensó que yo no aceptaba que tuviera más amigas. Empezó a haber más problemas. Cada vez nos alejábamos un poco más. Pero aún nos hablábamos, hasta que, por una estupidez, se enojó conmigo. Yo siempre había evitado las peleas con ella, no sólo porque no es agradable pelear con tu mejor amiga, sino porque la conozco lo suficientemente bien como para saber que hay veces en que hacer que ella cambie de opinión acerca de algún tema es casi imposible. Nos dejamos de dirigir la palabra. Ella me dijo que sentía que yo la había cambiado, que había roto mi promesa. Se puso realmente mal. Yo, la verdad, pensaba que lo que decía era una incongruencia completa y no dije nada. Ella comenzó a llorar. No me importó la estúpida pelea y la abracé para reconfortarla. Ella no rechazó el contacto, incluso lloró en mi hombro por un rato. Lo hice como mejor amiga, con buenas intenciones, ya que no podría haber otras en actos como ese. Ella lo malinterpretó: pensó que había sido un acto de hipocresía, algo que nunca ha tenido lugar en nuestra amistad. Esos días fueron un vacío enorme y profundo. Yo sí tenía con quién estar, pero aún así las cosas parecían grises, sin duda alguna, me hacía falta. Ella, mientras tanto, se juntaba con un chico que, a veces, habíamos frecuentado y tratado muy poco debido a su modo de ser. Él sirvió como intermediario durante todo el pleito, lo cual no creo que haya sido un buena idea. Él me dijo algo muy hiriente que se supone que ella había dicho: que ella había cambiado para mal al conocerme, que se había vuelto menos humana. Esto fue como un balde de agua helada para mí, ¡¿qué rayos se supone que eso significa?! Me sentí muy herida por esa afirmación. No sabía qué hacer.
Al fin, decidí esperar un tiempo para que ambas pudiésemos pensar un poco en esta lamentable situación, pensé que, tal vez, sería más fácil arreglar todo si las cosas se "enfriaban" un poco y ambas teníamos las cabezas en sus respectivos lugares. Muchos días quise hablarle por teléfono, pero sabía que ella se enfadaría y diría que yo no había tenido el valor de decirle lo que tenía que decir directo a su cara. No era eso, sino que no pude verla esa semana puesto que no fue a la escuela los días que yo estuve ahí. Una vez más, me equivoqué al pensar que todo sería mejor si esperaba. He de admitir que, de hecho, no me preocupaba demasiado este malentendido, pues yo consideraba que nuestra amistad pasaría por ese bache como si fuese uno más y seguiría la vida feliz que conocía.
El último día de clases, me decidí a hablarle. Yo fui, en primera instancia, la que se acercó. Era clase de informática y le pedí que nos fuéramos a un lugar un poco más alejado del resto de gente. Comencé a hablar. Pretendí decir lo que pensaba realmente, que ella era una persona que valía la pena, que nuestra amistad era muy valiosa, etcétera. Ella no me miraba a los ojos, incluso sentí que no me prestó atención. Pretendía que no le importaba, seguro se la pasó muy mal. Le dije acerca del día en que la conocí, de lo primero que pensé en cuanto la vi. Ella esbozó una media sonrisa, pensé que todo estaría mejor, que había entendido y aceptado mi punto, pero no fue así. Me reiteró lo que nuestro sospechoso intermediario había dicho. Dijo que había cambiado para mal desde que nosotras éramos amigas. Le dije que no estaba valorando todo lo que yo había hecho por ella, a lo que respondió que sí sabía lo que yo había hecho por ella. Me reclamó por no haberle hablado antes, le dije mis motivos. Le pregunté por qué ella no me había buscado a mí. Me dijo que ella no le rogaría a nadie que no quisiera estar con ella, que era una pérdida de tiempo. Ah! ese orgullo. Yo sabía de aquel orgullo, pero en ese momento las palabras fueron una indirecta demasiado directa. Me apresuré a preguntarle si ella quería estar conmigo, ella respondió que no lo sabía. Se hizo el silencio entre ambas. Eso había sido todo, mi último esfuerzo por salvar nuestra amistad. Me sentí mal, pero supe que yo había hecho mi esfuerzo, que había dicho lo que sentía. Ella estaba confundida, debía estarlo, eran demasiadas incongruencias, ¿o acaso mi mejor amiga no me conocía lo suficiente como para saber que yo nunca había pretendido ningún mal? Llegó el final del día. La despedida fue compuesta por una serie de abrazos entre todos los presentes. Ella se acercó a abrazarme. Fue un abrazo largo, en el cual no evité derramar una lágrima. Tal vez, era la primera vez que yo había llorado en el hombro de mi amiga. Era algo reconfortante. Se había terminado, ella no me había dado ninguna respuesta concreta. ASí se quedaría, pues no había más que hacer. Sólo quedaba esperar y ver lo que el verano nos deparaba a ambas, separadas.