martes, 22 de junio de 2010

The Painting

La tenía frente a mí. Era colosal, sin duda alguna. La gente pasaba, indiferente ante tal magnificencia. Yo intentaba no denotar mis miradas maravilladas, mi amplia sonrisa ante aquél linso frente a mis ojos. El fondo era de gris turbio y profundo, desmejorando la apariencia completa, tan sólo salvado por los matices que iban del amarillo al verde y luego al azul eléctrico, pasando por el naranja intenso. Cada trazo, cada verso, verbo y adjetivo podían resaltar las entrañas de mi ser. Una línea, un parrafo y podía soltar un mar de lágrimas. Una estrofa, una pincelada y podía ver el mundo desde sus ojos. No pretendía que nadie me viera, sino pasar inadvertida ante esos ojos ciegos del autor. Quería evitar que la obra misma pudiera delatarme ante su amo. ¿Por qué? Aún no lo sé. Intenté convencerme mil veces de que, a pesar del autor, la obra era lo único y brillante, pero fallé en dejar que permaneciera la obra sin memorias del pintor. Después de todo, no es el simple hecho de ser lienso y tinturas lo que le da la magnificencia. No es el simple hecho de ser obra y parte del Todo. Lo es el sentimiento, lo es la razón y la voz que me llama desde el principio, desde la primera vez que vi una pintura de mi querido artista. Esa voz que suplica, esa voz que olvida. Amarga es la sensación. Sonreí una vez más. Observé por última vez el lienso para poder olvidar. Olvidar. Olvidar.

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