viernes, 14 de junio de 2013

El Pintor (se fue)

Poco a poco el velo de mis ojos se evaporó. Me encontré a mí misma de bruces. Alcé la vista, intentando enfocar el único punto luminoso de la habitación.  Ante mis ojos estaba ese lienzo: seleccionado como favorito hacía tanto tiempo. El color se hacía cada vez más borroso; la oscuridad de la estancia lo ocultaba tras manchas negras de tinta. 
El pintor se fue hace mucho tiempo. Se había ido incluso cuando aún se paraba junto a mí y pronunciaba palabras ininteligibles a mi oído. Sí, él se fue hace mucho. Sólo dejó esa pintura: monumento decadente de su recuerdo, vestigio agonizante y perdido. Las tinturas, con ese gris que casi desmejoraba un universo magnífico y colorido, se habían vuelto dolorosamente opacas con el tiempo. 
En algún punto ya no corría con ansias a observar cada pincelada, sus versos ya no me hacían ilusiones, sus estrofas dejaron de estremecerme. Ahora, me era desconocido, casi indiferente. Noté como mis ojos se volvían a cubrir de un manto borroso; esta vez eran lágrimas. Lloré silenciosamente frente a esa pintura mientras creía verlo, a mi antiguo pintor, desapareciendo entre las grietas más profundas y me pregunté a mí misma: ¿qué nos queda después del olvido?

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