domingo, 16 de mayo de 2010

Need

Un mal día. Todo pasó justo como no quería que pasase. La siento cerca, siento su aliento frío como la muerte. Oh soledad!
En ese mismo instante, en esas largas horas, me sentí a morir. En esas horas todo parecía tan gris, tan difícil. El aire soplaba cada vez más fuerte, cubriéndome con esa frescura, manteniéndome a la idea de estar viva. La lluvia vino después. Juro que quería que me cubriese. Pero no estaba sola, al menos físicamente. No podía dejar que la lluvia descubriese lo que en verdad sentía, que desenmascarara el dolor. Salí del alcance del líquido. Después el dolor me cubrió aún más. No podía soportarlo. De haber podido, hubiera derramado el llanto que me quemaba el alma. Me pregunto si los chicos a mi alrededor notaron ese dolor, si la palidez de mi rostro me delataba. Nadie dijo nada. Llegó la hora. Debía irme. A decir verdad, antes de su llegada, no había sido mala la tarde. Me había divertido, había conocido gente nueva. Pero eso ahora no importaba. Sólo deseaba irme. En la entrada, me despedí de todos, mi padre estaba ahí y yo no quería que él preguntara si es que yo me negaba a despedirme de él, causante de mi dolor.

Una vez en mi casa, la barrera cayó.
Las sombras ocultaron mi rostro, que se contrajo con el dolor sentido. Las imágenes de la fiesta cubrieron mi mente una vez más y volví a sentir ese fragmento, esa parte de mi, rompiéndose, clavando las astillas del fino material en mi corazón. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿por qué no podía, tan sólo, dejar de verte, esfumarte de mi vida? ¿por qué tenías que pretender a mi mejor amiga, de nuevo? ¿por qué tenías que estar con ella, que reír con ella, que disfrutar con ella? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿¡¿POR QUÉ?!?!

A un amigo pedí consejo un día; me dijo que debía hablarle, preguntarle aquella pregunta que ya tiene respuesta en mi mente. Tal vez al pedir explicaciones, consiga saber qué es lo que debo hacer para olvidar, tal vez sólo consiga más dolor y penas. NO sé si me atreveré a romper nuestro fragil silencio, aquella barrera en la que me refugio en contra suya.

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