Las cosas no pasaron como las esperaba; se salió todo de control. Todo comenzó hace un mes o más. Antes todo había salido bien, las cosas estaban justo en el lugar debido. Ya había pasado antes que ella se fuera, que la raptaran sus otros amigos. Se sentía muy feo, pero yo lo aceptaba y pues esperaba a que volviera. Pero hubo una vez en que me dolió más que nunca: estábamos en un restaurante con sus amigos, ya qeu ella siempre sale con ellos, esta vez me invitó y acepté con agrado. Ya me había acostumbrado a que ella saliera con mucha más gente y que normalmente no podía contar con su presencia los viernes. Estaba feliz de que esta vez me invitara. Sus amigos me agradan. Algo dijo, algo que me caló hasta el más hondo rincón del alma. De algún modo, pude resistir hasta que la reunión terminó. Ahí fue donde todo se desbordó. Lloré, lo admito. Pero las sabias palabras de mi mamá me hicieron entrar en razón, una razón que yo conocía pero que, tal vez, no quería aceptar. "Ella tiene una percepción diferente a la tuya de lo que es un mejor amigo. Por eso duele, pero te aseguro que ella no lo hace a propósito. Tienes sólo dos opciones: Aprende a aceptarla tal y como es, o aléjate poco a poco de ella." Obviamente, decidí intentar la primera opción. No iba a dejar a mi mejor amiga por algo tan tonto. Por supuesto, yo no sabía que a raíz de esto, las cosas comenzarían a cambiar para mal. Después de que tomé la ya mencionada decisión, empecé a salir con más personas, chicas muy agradables y muy confiables de nuestra misma clase. Me la pasé increíble. Si ella tenía más amigas, ¿por qué yo no podría? Pero aún me preocupaba el desenlace de este pequeño contratiempo, así que le dije como me había sentido. Las peores cosas, las que pueden arruinar una amistad, un noviazgo, un matrimonio, son aquellas que nunca se dicen. No quería ocultarle ese tipo de cosas, pero nunca conté con que ella lo tomara a mal. Ella pensó que yo no aceptaba que tuviera más amigas. Empezó a haber más problemas. Cada vez nos alejábamos un poco más. Pero aún nos hablábamos, hasta que, por una estupidez, se enojó conmigo. Yo siempre había evitado las peleas con ella, no sólo porque no es agradable pelear con tu mejor amiga, sino porque la conozco lo suficientemente bien como para saber que hay veces en que hacer que ella cambie de opinión acerca de algún tema es casi imposible. Nos dejamos de dirigir la palabra. Ella me dijo que sentía que yo la había cambiado, que había roto mi promesa. Se puso realmente mal. Yo, la verdad, pensaba que lo que decía era una incongruencia completa y no dije nada. Ella comenzó a llorar. No me importó la estúpida pelea y la abracé para reconfortarla. Ella no rechazó el contacto, incluso lloró en mi hombro por un rato. Lo hice como mejor amiga, con buenas intenciones, ya que no podría haber otras en actos como ese. Ella lo malinterpretó: pensó que había sido un acto de hipocresía, algo que nunca ha tenido lugar en nuestra amistad. Esos días fueron un vacío enorme y profundo. Yo sí tenía con quién estar, pero aún así las cosas parecían grises, sin duda alguna, me hacía falta. Ella, mientras tanto, se juntaba con un chico que, a veces, habíamos frecuentado y tratado muy poco debido a su modo de ser. Él sirvió como intermediario durante todo el pleito, lo cual no creo que haya sido un buena idea. Él me dijo algo muy hiriente que se supone que ella había dicho: que ella había cambiado para mal al conocerme, que se había vuelto menos humana. Esto fue como un balde de agua helada para mí, ¡¿qué rayos se supone que eso significa?! Me sentí muy herida por esa afirmación. No sabía qué hacer.
Al fin, decidí esperar un tiempo para que ambas pudiésemos pensar un poco en esta lamentable situación, pensé que, tal vez, sería más fácil arreglar todo si las cosas se "enfriaban" un poco y ambas teníamos las cabezas en sus respectivos lugares. Muchos días quise hablarle por teléfono, pero sabía que ella se enfadaría y diría que yo no había tenido el valor de decirle lo que tenía que decir directo a su cara. No era eso, sino que no pude verla esa semana puesto que no fue a la escuela los días que yo estuve ahí. Una vez más, me equivoqué al pensar que todo sería mejor si esperaba. He de admitir que, de hecho, no me preocupaba demasiado este malentendido, pues yo consideraba que nuestra amistad pasaría por ese bache como si fuese uno más y seguiría la vida feliz que conocía.
El último día de clases, me decidí a hablarle. Yo fui, en primera instancia, la que se acercó. Era clase de informática y le pedí que nos fuéramos a un lugar un poco más alejado del resto de gente. Comencé a hablar. Pretendí decir lo que pensaba realmente, que ella era una persona que valía la pena, que nuestra amistad era muy valiosa, etcétera. Ella no me miraba a los ojos, incluso sentí que no me prestó atención. Pretendía que no le importaba, seguro se la pasó muy mal. Le dije acerca del día en que la conocí, de lo primero que pensé en cuanto la vi. Ella esbozó una media sonrisa, pensé que todo estaría mejor, que había entendido y aceptado mi punto, pero no fue así. Me reiteró lo que nuestro sospechoso intermediario había dicho. Dijo que había cambiado para mal desde que nosotras éramos amigas. Le dije que no estaba valorando todo lo que yo había hecho por ella, a lo que respondió que sí sabía lo que yo había hecho por ella. Me reclamó por no haberle hablado antes, le dije mis motivos. Le pregunté por qué ella no me había buscado a mí. Me dijo que ella no le rogaría a nadie que no quisiera estar con ella, que era una pérdida de tiempo. Ah! ese orgullo. Yo sabía de aquel orgullo, pero en ese momento las palabras fueron una indirecta demasiado directa. Me apresuré a preguntarle si ella quería estar conmigo, ella respondió que no lo sabía. Se hizo el silencio entre ambas. Eso había sido todo, mi último esfuerzo por salvar nuestra amistad. Me sentí mal, pero supe que yo había hecho mi esfuerzo, que había dicho lo que sentía. Ella estaba confundida, debía estarlo, eran demasiadas incongruencias, ¿o acaso mi mejor amiga no me conocía lo suficiente como para saber que yo nunca había pretendido ningún mal? Llegó el final del día. La despedida fue compuesta por una serie de abrazos entre todos los presentes. Ella se acercó a abrazarme. Fue un abrazo largo, en el cual no evité derramar una lágrima. Tal vez, era la primera vez que yo había llorado en el hombro de mi amiga. Era algo reconfortante. Se había terminado, ella no me había dado ninguna respuesta concreta. ASí se quedaría, pues no había más que hacer. Sólo quedaba esperar y ver lo que el verano nos deparaba a ambas, separadas.
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