Me senté a un costado, él a mi lado. Seguíamos conversando acerca de diversos temas. De pronto, ambos quedamos en silencio, observando a un curioso grupo de personas. No estoy segura de cómo nos sumimos en un cálido abrazo. Un abrazo que temía romper por temor a que todo acabase ahí, por temor a que, después de eso, no pudiera recordar el sabor de su tacto. "Te amo" le oí pronunciar. "Yo a ti también" le respondí. Nos miramos una fracción de segundo. Acortamos la distancia entre nuestros labios. ¡Qué dulce era el sabor de esos labios! ¡Cuánto había extrañado ese contacto!
EL mundo a nuestro alrededor seguía girando, seguía con su curso normal. Oía a las personas hablando, riendo, sentía el aire sobre mi piel y lo húmedo del pasto; pero era vagamente consciente de todo. No, no tenía importancia durante esos largos minutos. Lo veía todo como sumida en el ensueño, en donde miles de cosas imposibles e improbables podían ser comunes. Los deseos de cosas imposibles nublaron mi vista, ahí, entre sus brazos y sintiendo su calor.
Desee que todo permaneciera así. Era el momento en que las palabras son mudas; un mundo en que las frases resultan innecesarias e, incluso, obsoletas.
Nuestras siluetas recostadas sobre el pasto. Sus labios sobre los míos. Su aliento sobre mi cuello. Mis ojos posados en el cielo, obre la tierra cubierta de verde. ¿A caso existía un paisaje más hermoso que aquél? Pronto esa danza, esa secuencia continuó con su ritmo. Un pequeño fuego se encendió en mi interior. Quería tenerlo cada vez más cerca. intentaba convertirnos en uno solo.
El aire golpeó mi piel con rudeza. Abrí los ojos. El sol estaba agonizando en el horizonte. Sentí un escalofríos. Se oyó un rayo a lo lejos. Eran como las siete y media.
Entonces, debajo de aquel árbol que nos había cobijado, bajo el cual los deseos de cosas imposibles me habían fulminado; sentí la primera gota lluvia, la cual nos devolvió a la realidad.
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